Reflexiones desde el cabreo
- Jose Manuel
- 1 nov 2014
- 2 Min. de lectura
Tengo la mesa llena de papeles. Estoy preparando mi jubilación y a la vista del historial que se despliega ante mis ojos, no puedo, por menos, que exclamar: ¡Que mierda de vida…!
Estoy a punto de cumplir 65 años y desde la experiencia que se presupone que me concede dicho dato, no puedo, por esta vez, estar en desacuerdo conmigo mismo.
Si, ya sé que algunos, incluso de los más cercanos, pueden opinar que no tengo motivos para quejarme, que mi vida se ha concretado en un proyecto exitoso, pero no es cierto.
Nací en aquella España, en blanco y negro, en la que, según me decía mi padre “Era fácil militarizar a los civiles, pero imposible civilizar a los militares”.
Soñé con estudiar en la Universidad de Salamanca y convertirme en un Abogado de prestigio, y terminé, ya casado y con quince años de vida laboral a mis espaldas, cursando la carrera de Derecho en la Universidad de La Laguna, que no obstante me permitió progresar en mi carrera funcionarial.
Forme dos familias y ambas fracasaron. Tuve dos mujeres y perdí dos casas.
Tuve tres hijos y, visto cómo está la sociedad española, en la que se desarrollan, les dejo un futuro poco esperanzador.
Me dediqué a la Política y, cuando unos años más tarde la abandoné, ¡Oh Dios mío!, seguía siendo una persona honrada.
Y hoy, tras más de cincuenta años de vida laboral, cuarenta y uno de ellos dedicados a la “cosa pública”, una “mano negra”, o algún hijo de puta con nombres y apellidos, que omitiré, dedica parte del tiempo que debería utilizar para atender las necesidades de la sociedad, para tratar de amargarme, un poco más, esta mierda de vida que me ha tocado vivir.



Comentarios